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HISTORIA de CATALUNYA.

HISTORIA de CATALUNYA.

 

Cataluña es un territorio histórico situado en el nordeste de la península Ibérica formado inicialmente a partir de los condados que formaban la Marca Hispánica del Imperio carolingio y cuya extensión y unidad fue completándose a lo largo de la Edad Media. Tras la unión dinástica del condado de Barcelona y el reino de Aragón en el siglo XII, los territorios catalanes se constituyeron en parte integrante de la Corona de Aragón, alcanzando una notable preponderancia marítima y comercial a finales del período medieval. Actualmente, la palabra Cataluña se emplea habitualmente para referirse a la comunidad autónoma del mismo nombre situada en España, mientras que tanto instituciones culturales, tales como el Instituto de Estudios Catalanes y la Universidad de Perpiñán,[1] como medios de comunicación catalanes,[2] hablan de Cataluña Norte para hacer referencia al Rosellón, la región integrada en el Departamento de los Pirineos Orientales de Francia.

ÍNDICE:

Período prehistórico

Los primeros pobladores del territorio que actualmente ocupa Cataluña se remontan a los inicios del Paleolítico Medio. Los restos más antiguos descubiertos corresponden a la mandíbula de un individuo del género Homo (especie incierta) encontrada en Bañolas, de unos 66.000 ± 7.000 años de antigüedad (datación directa por Rainer Grun, Julià Maroto i cols. en 2006).

Entre los yacimientos más importantes de este periodo destacan el de las cuevas de Mollet (Serinyà, Pla de l`Estany), el Cau del Duc, en el macizo del Montgrí, el yacimiento de Forn d’en Sugranyes (Reus) y los abrigos Romaní i Agut (Capellades), mientras que para el Paleolítico Superior destacan los de Reclau Viver, la cueva de la Arbereda y la Bora Gran d’en Carreres, en Serinyà, o el Cau de les Goges, en Sant Julià de Ramis.

De la siguiente etapa prehistórica, el Epipaleolítico o Mesolítico, se han conservado importantes yacimientos, la mayor parte datados entre el 8000 y el 5000 a. C., como el de Sant Gregori (Falset) y el Filador (Margalef de Montsant) y, en lo que respecta a las manifestaciones artístico-creenciales, Arte levantino, el Cogul, Cabra Feixet (el Perelló) y Ulldecona.

El período Neolítico se inicia en tierras catalanas hacia el 4500 a. C., aunque en un grado de sedentarización de los pobladores mucho menor que en otros lugares, gracias a la abundancia de bosques, lo que propició que la caza y la recolección siguieran siendo actividades fundamentales y que el establecimiento de asentamientos se demorase en muchos lugares. Los yacimientos neolíticos más importantes de Cataluña son la cueva de Fontmajor (l`Espluga de Francolí), la cueva de Toll (Morà), las cuevas Gran i Freda de Montserrat y los abrigos con arte esquemático del Cogul, Os de Balaguer, Albi, Tivissa y Alfara de Carles.

El período Calcolítico o Eneolítico se desarrolla en Cataluña entre el 2500 y el 1800 a. C., momento en el cual se construyen los primeros objetos de cobre.

La Edad del Bronce se sitúa cronológicamente en el período 1800-700 a. C., de la cual se conservan escasos restos, pero destacan unos poblados formados en la zona del Bajo Segre. La Edad del Bronce coincide con la llegada de los pueblos indoeuropeos, a través de sucesivos flujos migratorios que se desarrollan desde el año 1200 a. C., responsables de la creación de los primeros poblados de estructura protourbana.

A partir de mediados del siglo VII a. C. el territorio catalán alcanza el período conocido como Edad del Hierro.

La Edad Antigua

Período protohistórico

De esta etapa es la formación de Emporion, en la costa gerundense, enclave comercial impulsado por la ciudad griega de Focea desde Massalia (actual Marsella), en el siglo VI a. C.Este periodo se caracteriza, en una primera etapa, por la confluencia de diferentes culturas colonizadoras en el actual territorio catalán, en particular la griega y la cartaginesa, que darán lugar a la formación, como en el resto de la península, de la cultura ibérica.

En lo que se refiere a la civilización ibérica, se ha constatado la existencia de diferentes tribus dispersas por tierras catalanas, entre ellos los indigetes (en el Ampurdán), los ceretanos (en la Cerdaña) o los airenosinos (en el Valle de Arán).

Se distinguen cuatro grandes periodos en el actual territorio de Cataluña. El inicial, que abarca del siglo VIII al VII a. C., que corresponde a una etapa de formación, en que los pueblos indígenas entran en contacto con pueblos colonizadores, y en el que aparecen los primeros objetos de hierro. El segundo es el periodo antiguo, del siglo VII a. C. a mediados del V a. C., en el que se consolida el proceso de iberización. Le sigue un período de plenitud, que va de mediados del siglo V hasta el siglo III a. C. Y, finalmente, la fase de decadencia, que se inicia en el 218 a. C. con la presencia de Roma, en que la cultura ibérica es absorbida por el potente impulso de la romanización.

Período romano

La segunda etapa de la historia antigua en Cataluña corresponde al período de romanización, iniciado en el siglo III a. C. La llegada de los romanos a la Península Ibérica tuvo lugar en el 218 a. C., con el desembarco de Cneo Cornelio Escipión en Emporion, la actual Ampurias, con el objetivo de cortar las fuentes de aprovisionamiento de los ejércitos del general cartaginés Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica. La principal base de operaciones de los romanos durante la guerra, y primer núcleo de romanización en la península fue la ciudad de Tarraco, actual Tarragona.

Tras la derrota de los cartagineses y de diferentes tribus ibéricas sublevadas ante la presencia romana, en el 195 a. C., se completó prácticamente la conquista romana en territorio catalán y se inició el proceso de romanización, a través de la cual los distintos pueblos peninsulares fueron asimilados por la cultura romana y abandonaron sus propios rasgos.

El actual territorio catalán quedó englobado primero en la provincia llamada Hispania Citerior, para formar parte desde el 27 a. C. de la Tarraconense, cuya capital fue Tarraco.

Producto del periodo romano será la adopción de toda la estructura administrativa y las instituciones propiamente romanas, el desarrollo de una gran red urbana y viaria, la generalización de un sistema agrícola basado en la trilogía mediterránea (cereales, viña y olivo), la introducción de los regadíos, el desarrollo del derecho romano y la adopción del latín.

Antigüedad tardía a período feudal

Siglo III y IV

La crisis del siglo III que afectó al Imperio romano y que originaría su decadencia afectó gravemente al actual territorio catalán, donde se han detectado importantes niveles de destrucción y procesos de abandono de villas romanas. También de este siglo son las primeras noticias documentales de la presencia del cristianismo en Cataluña. Aunque los datos arqueológicos indican la recuperación de algunos núcleos, como Barcino (Barcelona), Tarraco (Tarragona) o Gerunda (Gerona), la situación no volvió a ser la de antes, las ciudades se amurallaron y los núcleos se redujeron.

Periodo visigótico: siglos V a VII

En el siglo V, se produce la invasión generalizada del Imperio romano por parte de los pueblos germánicos. El pueblo germano de los visigodos que había obtenido permiso para entrar en el Imperio y colaborar en la defensa de los limes en la actual Bulgaria como aliados romanos; fueron liderados por Ataúlfo tras la situación de marginación dentro de la sociedad romana y de extrema pobreza de este grupo étnico. Ataúlfo fue un visigodo y general romano que llegó al máximo escalafón militar dentro del ejército romano, y que lideró la rebelión visigoda, llegando a Italia y a Roma, venciendo o esquivando a las legiones romanas, y llegando a conquistar a la hasta entonces invicta ciudad de Roma (1º saqueo). Como acuerdo entre los romanos y los visigodos y para que estos volvieran a aceptar el orden romano, sus leyes, dejaran de saquear Italia, y volvieran a ser fieles aliados, se les entrega Hispania, y parte de Francia. Los visigodos llegan a la península Ibérica por la principal vía romana, instalándose en la ciudad Tarraconense en (410). Y cuando en el 475 el rey visigodo Eurico formó el reino de Tolosa, incorporó el actual territorio catalán, con gobierno primero desde Tolosa y luego desde Toledo.

Conquista musulmana: siglo VIII

Los visigodos dominaron el territorio hasta inicios del siglo VIII, cuando en mitad de una guerra civil por la sucesión del reino (que entonces ya abarcaba toda la Península Ibérica), una de las partes llama a la potencia emergente, el Imperio Omeya, en busca de ayuda y para que decidiera la guerra a su favor. Los musulmanes ya ocupaban todo el norte de África y su imperio se extendía hasta la India. Después de derrotar a las tropas fieles al rey visigodo, Roderic (don Rodrigo), en la batalla de Guadalete y con apoyo de los visigodos rebeldes que aspiraban al poder conquistan rápidamente la península, encontrando sólo una resistencia marginal en las zonas montañosas del norte. La conquista relámpago musulmana se basó en un ejército de 30.000 hombres (los romanos habían tenido un ejército de 50.000 para la defensa del Imperio de Occidente y otros 50.000 para la defensa del Imperio de Oriente); en unos soldados altamente motivados; en las tácticas de caballería ligera que tan bien funcionaron en terrenos abiertos; en la debilidad de un reino dividido en mitad de una guerra civil sucesoria; en el desinterés de una población hispanorromana dominada por una minoría aristocrática visigoda que no había conseguido integrarles en el reino (la integración entre visigodos y población local no se produjo hasta épocas posteriores); en el mandato religioso del cristianismo en contra de la guerra (que no cambió hasta finales del siglo XI con el encumbramiento de la clase caballeresca, aprox. 1075, y las cruzadas desde 1100); en el miedo a las represalias acompañado de la tolerancia de los musulmanes con los que se sometían sin resistencia; en las facilidades concedidas a las clases dominantes para mantener el poder si cambiaban de bando; en la tolerancia religiosa mediante el simple pago de un impuesto por parte de los no musulmanes; y, sólo en algunos casos, la entrega de tierras que a los nuevos conquistadores (las mejores para los árabes y yemeníes, las peores para los bereberes).

En el 718, la conquista musulmana de la Península Ibérica llegó al noreste de la península y pasó a la Septimania visigoda, un proceso que tuvo lugar sin graves conflictos bélicos, excepto algunos focos de resistencia aislados como el de Tarragona. El poder musulmán se extendía por la Galia ya desde 719, Narbona, Carcasona, hasta Tolosa, e incluso Burdeos, en una continuada expansión hasta centro-Europa. La posterior reacción carolingia liderada por Carlos Martel, duque de Eudes, con su poderoso ejército de caballería pesada (con cotas de malla), puso freno a la expansión musulmana por Europa en la batalla de Touluse en 721, y los hizo retroceder a raíz de la batalla de Poitiers en el 732, llegando a liberar Narbona en 759 por Pipino el Breve. La reacción continúa con el proceso de crear una marca defensiva que sirva de frontera meridional para el Imperio Franco. Esto supuso la ocupación por los francos durante el último cuarto del siglo VIII de las actuales comarcas pirenaicas, de Gerona y, en el 801, de Barcelona, tras la cual se formó una región fronteriza que seguía aproximadamente el curso de los ríos Llobregat, Cardener y el curso medio del Segre. Los dominios del Imperio carolingio delimitados por esta área fronteriza con Al-Ándalus y los Pirineos serían conocidos con el nombre de Marca Hispánica, aunque a diferencia de otras marcas carolingias nunca se constituyó formalmente como tal. Este territorio se organizaba políticamente en diferentes condados dependientes del rey franco.

Siglo IX

A finales del siglo IX, el monarca carolingio Carlos el Calvo designó a Wifredo el Velloso, un noble descendiente de una familia del Conflent, conde de Cerdaña y Urgel (870), y conde de Barcelona y Gerona (878), lo cual suponía la reunión bajo su mando de buena parte del territorio de la Marca Hispanica. Wifredo fue el primer conde en transmitir la gobernación de sus territorios directamente a sus descendientes, debido a la crisis en que estaba sumido el Imperio y al consiguiente aumento de poder de los gobernantes locales en los territorios fronterizos. Aunque a su muerte Wifredo repartió sus condados entre sus hijos, se mantuvo la unidad entre Barcelona, Gerona y Osona, excepto durante un breve periodo. Se atribuye a la política de Wifredo la repoblación de Osona, así como la fundación de los monasterios de Ripoll y San Juan de las Abadesas, y la restauración de la sede episcopal de Vich.[3]

Siglo X

Durante el siglo X, los condados se convirtieron en verdaderos condados independientes del poder carolingio, según el poder central del Imperio se debilitaba, y las guerras civiles, de sucesión, hacían su trabajo de desgaste, un hecho que el conde Borrell II oficializó en el 987 al no prestar juramento al primer monarca de la dinastía de los Capeto.[4] En estos años de formación de los condados, se desarrollaron los primeros pasos de repoblación del territorio tras la invasión musulmana, trayendo grandes contingentes de población de los territorios dentro del Imperio carolingio que eran dominios poseídos por los Condes de Barcelona como súbditos del Imperio, la repoblación se hizo principalmente con población del sur de Francia (las diferencias con la población actual del sur de Francia vienen a raíz de la aniquilación de esta población en las guerras contra la herejía de los cátaros, y la repoblación con habitantes del norte de Francia). Así, durante los siglos IX y X se creó una sociedad donde predominaban pequeños propietarios libres, llamados aloers, enmarcados en una sociedad agraria donde cada núcleo familiar producía lo que consumía, generando muy pocos excedentes, y típica de la Edad Media.

Siglo XI

El siglo XI se caracteriza en Cataluña por el desarrollo de la sociedad feudal, como consecuencia de las presiones señoriales para desarrollar lazos de vasallaje con los campesinos libres (alodiales, en catalán aloers). Los años centrales del siglo se caracterizaron por una guerra social virulenta, donde la violencia señorial arrolló a los campesinos, gracias a las ventajas que obtenían de las nuevas tácticas militares, la caballería pesada, y basadas en la contratación de mercenarios bien armados y a caballo.

Así, a finales del siglo, la mayoría de los campesinos propietarios se habían convertido en siervos sometidos al señor. Este proceso coincidió con un debilitamiento del poder de los condes y la división del territorio en numerosos señoríos, que con el paso del tiempo, daría lugar a la articulación de un Estado feudal basado en complejas fidelidades y dependencias, en lo alto del cual se encontraría el conde de Barcelona, tras el triunfo sobre el resto de señores de Ramón Berenguer I. Con el tiempo, los condes de Barcelona vincularían a todos los demás condados catalanes con el condado que posteriormente pasaría a formar parte de la Corona de Aragón.

Siglo XII

Hasta mediados del siglo XII, los sucesivos condes de Barcelona intentaron ampliar sus territorios en múltiples direcciones y por diversos medios. Ramón Berenguer III (1082-1131) incorporó mediante alianza matrimonial el condado de Besalú (1111), recibió por herencia el de Cerdaña (1117 o 1118), y conquistó por la fuerza parte del condado de Ampurias (entre 1123 y 1131). Más allá de los Pirineos, también controló el de Provenza (desde 1112), que al morir legó a su segundo hijo Berenguer Ramón.[5] Por su parte, en 1118 la Iglesia catalana se independizó de la sede de Narbona y fue restaurada la sede de Tarragona.

Siglo XII al XV: La Corona de Aragón

Bajo el gobierno del conde Ramón Berenguer IV (1131-1162), se produjeron diferentes hechos fundamentales para la historia de Cataluña. El primero, su boda con Petronila de Aragón, lo que supuso la unión del condado de Barcelona y del Reino de Aragón, por lo que con el tiempo el territorio común sería conocido como Corona de Aragón. Fruto de esta unión fue que Ramón Berenguer pasó a ser el princeps o dominador de Aragón, ya que el rey aragonés Ramiro le hizo donación de su hija y de su reino para que la tuviera a ella y al reino en dominio «salva la fidelidad a mí y a mi hija» («dono tibi, Raimundo, barchinonensium comes et marchio, filiam meam in uxorem, cum tocius regni aragonensis integritate [...] salva fidelitate mihi et filie mee.»), y se retiró a la vida monástica, aunque nunca cedió su dignidad real, esto es, que en adelante sería rey, señor y padre de Ramón Berenguer tanto en Aragón como en todos sus condados («sim rex, dominus et pater in prephato regno et in totis comitatibus tuis, dum mihi placuerit»).[6]

La unión del condado de Barcelona y el reino de Aragón no fue, pues, el fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado de una unión dinástica pactada. De hecho, los territorios que compusieron la Corona mantuvieron por separado sus propias leyes, costumbres e instituciones, y los monarcas reinantes tuvieron que respetar estas bases.[7]

A nivel dinástico, existen diversas explicaciones en la historiografía actual sobre la continuidad de las casas gobernantes en la Corona unida. Así, algunos historiadores, como Ubieto o Montaner, creen que se produjo un prohijamiento por el cual Ramón Berenguer pasaba a ser un miembro más de la Casa de Aragón.[8] [9] En cambio, José Luis Villacañas[10] o Vicente Salas Merino,[11] entre otros autores, consideran que la dinastía reinante entre 1162 y 1412 fue la Casa de Barcelona.

En lo sucesivo, Ramón Berenguer IV materializó las nuevas conquistas políticamente diferenciadas asignadas a título personal como marquesados. Conquistó Tortosa y Amposta en 1148, y Lérida en 1149 gracias a una ofensiva conjunta con el conde Ermengol VI de Urgel. Estos territorios fueron repoblados a lo largo del siglo XII y suelen recibir el nombre genérico de Cataluña Nueva, para distinguirlos de los antiguos condados carolingios que conformaban el área oriental de la Marca Hispánica, denominados Cataluña Vieja. La línea de separación entre ambas áreas geográficas suele establecerse en la línea delimitada por los ríos Llobregat, su afluente el Cardener, y el Segre.

Siglos XII y XIII

A finales del siglo XII, diferentes pactos con el reino de Castilla delimitaron las futuras zonas donde desarrollar nuevas conquistas de territorio musulmán, pero en 1213, la derrota de Pedro II el Católico en la Batalla de Muret acabó con el proyecto de consolidación del poder de la Corona sobre Occitania. Tras un periodo de agitación, en 1227, Jaime I el Conquistador asumió plenamente el poder como heredero al trono de la Corona de Aragón y se inició la expansión territorial sobre nuevos territorios.

En su reunión de 1188, la asamblea de Paz y Tregua, germen de las Cortes catalanas, estableció los límites de lo que a partir de mediados del siglo XIV se conocerá como Principado de Cataluña, y que se definirá como el territorio sometido a la jurisdicción de dichas Cortes. En dicha asamblea se estableció su ámbito jurisdiccional "desde Salses a Tortosa y Lérida y sus ríos" (Constitución XVIII).[12] No obstante, tanto la frontera occidental como la meridional tuvieron una definición incierta durante décadas. Así, delegados de las tierras de Lérida y Fraga acudieron a las Cortes de Aragón convocadas por Jaime I en Daroca en 1228.[13] En 1244, en cambio, Jaime I fijó la frontera en el río Cinca, situando en el ámbito catalán territorios anteriormente adscritos a Aragón como la Ribagorza, La Litera y el valle de Arán. En cuanto al límite meridional, fue quedando establecido en el curso inferior del río Ebro, entre la desembocadura del Segre y el mar.[14]

A lo largo del segundo cuarto del siglo XIII se incorporan a la corona las Islas Baleares y Valencia. Éste último territorio, el Reino de Valencia, pasó a convertirse en un tercer reino de la Corona de Aragón, con Cortes propias y unos nuevos fueros: los Furs de València. En cambio, el territorio mallorquín, junto a los condados de Rosellón y Cerdaña, la ciudad de Montpellier y los señoríos de Omeladés y Carladés, sería entregado en herencia su segundo hijo, Jaime, y formarían el reino de Mallorca, iniciándose así un periodo de tensión interna que concluiría con su anexión a la Corona de Aragón en 1343, por parte de Pedro IV el Ceremonioso.

Fernando II de Aragón en su trono enmarcado por dos escudos con el emblema del señal real. Frontis de una edición de 1495 de las Constituciones catalanas.[15]

Entre las décadas finales del siglo XIII y las primeras del XIV, Cataluña vivió épocas de gran plenitud, en las que experimentó un fuerte crecimiento demográfico y una expansión marítima por el Mediterráneo. Esta época coincide con los reinados de Pedro III el Grande, que invadió Sicilia (1282) y tuvo que defenderse de una cruzada francesa contra Cataluña; de Alfonso III el Liberal, que se apoderó de Menorca, y de Jaime II, que invadió Cerdeña y con quien el poderío de la Corona alcanzó su máxima expansión económica en la Edad Media. Sin embargo, desde el segundo cuarto del siglo XIV se inició un cambio de signo para Cataluña, marcado por la sucesión de catástrofes naturales y crisis demográficas, el estancamiento y recesión de la economía catalana y el surgimiento de tensiones sociales.

Por su carácter limítrofe, la Ribagorza siguió siendo objeto de disputa entre catalanes y aragoneses durante el siglo XIII. En las Cortes reunidas en Zaragoza en 1300, el rey Jaime II aprobó que tanto Ribagorza como La Litera quedasen bajo jurisdicción aragonesa.[16]

Siglo XIV

El reinado de Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) se caracterizó por graves tensiones bélicas, entre las que se cuentan la anexión del reino de Mallorca, el sofocamiento de una rebelión sarda, de la rebelión de los unionistas aragoneses y valencianos y, sobre todo, la guerra con Castilla. Estos episodios generaron una delicada situación financiera, en un marco de crisis demográfica y económica, pero también un poderoso desarrollo institucional y legislativo, en el que destaca la creación de la Diputación General de Cataluña o Generalidad de Cataluña (1365).

En 1375, una protesta de los representantes de Fraga ante las Cortes reunidas en Tamarite vuelve a desplazar el límite occidental de Cataluña, ya que esta ciudad vuelve a quedar bajo el fuero de Aragón.

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